UN PUÑETAZO ENCIMA LA MESA
El otro día estuve en una reunión de empresarios y se me acercó una señora.
Una señora muy alta, rubia, vestida con traje, chaqueta marrón, la cara larga y redondeada.
“¿Eres diseñadora de interiores? Hay una cosa que no entiendo. ¿Quién contrata tus servicios? Porque yo, cuando necesito una mesa, me voy a una tienda, escojo cualquier mesa que hay y me la traigo a casa y ya está”.
Me quedé pasmada.
Y también me invadió una gran tristeza.
Para mí, una mesa no es una mesa. Es un elemento importantísimo dentro de un espacio concreto. Es toda una personalidad. Son unas formas, unos materiales, unos acabados específicos.
Hay muchos tipos de mesas: mesas para comer; mesas escritorios para trabajar; mesas para recibir; mesas para atender; mesas como la en que estoy escribiendo en este momento.
Y para mí, cada mesa crea su propio universo de posibilidades a su alrededor.
Posibilidades de sillas, telas, tintes, maderas, lámparas, colores, texturas, materiales.
La mesa, muchas veces, es el corazón de la casa.
¿Quién no se acuerda de la mesa del comedor de su niñez? ¿Quién no se acuerda de la mesa pupitre que tenía en la escuela? Yo todavía me acuerdo de la mesa escritorio de mi padre, pesada, de marrón oscuro, ancha, antigua y siempre llena de papeles.
La invité a un café para poder tener tiempo de explicarle mis creencias sobre la importancia de la mesa y del diseño de interiores en general.
La mesa del café de mármol blanco, contorneado por un perfil dorado brillante con patas de hierro de fundición era testigo de la conversación.
Y me encargó le compra de su mesa.
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